Diez años sin Billy Wilder

Cuándo Fernando Trueba recogió su Oscar por Belle Époque acuñó una frase mítica a la que muchos cinéfilos nos apuntamos de inmediato: «Me gustaría creer en Dios para agradecerselo, pero yo sólo creo en Billy Wilder, así que gracias señor Wilder.» Al día siguiente Trueba recibió una llamada teléfonica, era el mismo Billy Wilder que le dijo: «Hola Fernando, soy Dios». Michel Hazanavicious también citó a Wilder cuándo se llevó su flamante estatuilla, desgraciadamente ya no pudo haber llamada de Dios. Sus conocidos dicen que así era Wilder, rápido, inteligente, mordaz e incapaz de que la verdad le arruinara una buena anécdota. Como puede mostrar el epitafio en su lápida que muestra la imagen de cabecera.
Billy Wilder nació en Austria en 1906 y pronto emigró a Hollywood, dónde aunque tarde, comenzó una carrera cinematográfica considerada por muchos como una de las mejores de todos los tiempos, apadrinado en un principio por otro grande como era Ernst Lubitsch. Era famoso el cartel que presidía el despacho de Wilder que rezaba ¿Cómo lo haría Lubitsch? Director y guionista, escribió sesenta películas y dirigió veintiséis, la mayoría obras maestras, esta calidad en la mayoría de sus cintas es, tal vez, sólo equiparable a otro de los grandes genios del cine; Alfred Hitchcock, de hecho para gran parte de la crítica especializada ellos dos son los mejores directores de la historia.
Quizá lo más conocido de Billy Wilder sean sus comedias, con títulos tan memorables como Con faldas y a lo loco, El apartamento, Irma la dulce o Un, dos, tres por citar alguna, ya que no se pueden citar sólo algunas películas de Wilder sin cometer una injusticia con las omitidas. En sus comedias, la mayoría con su actor fetiche Jack Lemmon, Wilder nos brinda una hábil e hilarante disección de la sociedad americana de la época en las que, a pesar de triunfar los buenos sentimientos, siempre queda una crítica afilada, certera y mordaz.
Pero Wilder también frecuentó otros géneros con igual maestría como los dramas El gran carnaval,Días sin huella o El crepúsculo de los dioses, para mí una de las mejores películas de la historia, e incluso grandes obras del cine negro como Perdición o esa maravillosa y polémica aproximación a un personaje tan de moda hoy en día titulada La vida privada de Sherlock Holmes. En muchas de sus películas este maestro de maestros tuvo que lidiar contra la censura y la pacata moralidad de la época, resolviéndolo siempre de manera magistral.
Sin ser un gran virtuoso de la puesta en escena, como otros grandes, Billy Wilder brilló por sus siempre maravillosos diálogos, sus guiones impecables, un sentido del ritmo todavía no superado y una dirección de actores exquisita. No hay espacio suficiente en este pequeño homenaje para nombrar todas sus frases, sus chistes, sus escenas antológicas. Ojalá ahora que el cine mira tanto hacia atrás se fijara en maestros como Wilder, en una forma de hacer películas honesta y con respeto por el espectador. Ojalá más de uno que ahora se dedica a hacer comedia se pareciera un poco al dios de Fernando Trueba y de otros muchos. Pero, en fin, nadie es perfecto.
Vía | El País.com
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un comentario
Es imposible sentir amor por el cine, y no adorar a Billy Wilder.