Un dios salvaje, teatro hecho cine

Un dios salvaje, teatro hecho cine

Escrito por: Eneko Ruiz    28 noviembre 2011     3 minutos

Roman Polanski adapta al celuloide la famosa obra de Yasmina Reza con total fidelidad y una frialdad absoluta. Una crítica corrosiva a la clase burguesa, vista desde el pedestal de la propia clase burguesa.

La adaptación cinematográfica de Carnage de Yasmina Reza es fiel a sus orígenes, una obra de teatro pura vista esta vez desde una lente que va cambiando de plano. Esa fidelidad es tanto su mayor virtud como su mayor enemigo. Un Roman Polanski más lejano y frío que de normal asume las riendas de Un Dios Salvajes, para hacerse con las labores de director y guionista en esta prestigiosa obra en la que, sabiamente, decide no mostrarse para dejar espacio a sus cuatro grandes protagonistas.

El argumento principal es básico, una crítica a la modélica figura de cuatro burgueses de clase media que entran en conflicto después de una pelea de patio de colegio entre sus hijos. Reunidos para llegar a un acuerdo, los padres de las criaturas no hacen sino inflar la agresión, a través de un comportamiento enfrentado que torna el hogar en otro patio de colegio mucho más salvaje. A medida que la superioridad moral, la superficialidad y las perspectivas de cada personaje colisionan, la auto-degradación va en aumento.

Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly forman un cuarteto de lujo al que casi no se le pueden sacar fallos, pero eso lo dábamos por hecho desde el día que se anunció el cásting. No es extraño que actores del nivel de Ralph Fiennes, James Gandolfini, Jeff Garlin, Janet McTeer o Marcia Gay Harden se hayan sentido atraídos por esta historia en distintas fases de su carrera por las tablas. Como toda buena obra teatral, el film es casi al 100% propiedad de los intérpretes. Ellos son los reyes del escenario, pese a que sus personajes estén a veces demasiado cerca del cliché, que es utilizado como recurso para poner sobre la mesa cuatro personalidades enfrentadas habituales en el mundo «civilizado» que nos rodea. Y, de paso, hablar de temas tan relevantes como la violencia, las clases sociales y la misoginia, aún y cuando no logran bucear por ninguno de ellos.

Su existencia, como la de todo ser humano, es trágica en su fondo, aunque el patetismo humano no podía ser más cómico, y eso es suficiente para divertir a una audiencia que de otra manera habría sentido desprecio por estos caracteres que muestran su peor rostro, lleno de prejuicios, falsa moralidad y narcisismo. No son ni malos, ni buenos, son simplemente humanos. Un final inacabado en un metraje demasiado corto nos deja con ganas de ver más sobre este grupo imperfecto presente en escena -y encerrados en una casa- durante los ochenta minutos.

Polanski, sin embargo, está completamente ausente -aunque tenga un pequeño cameo desde detrás de una puerta-, al igual que el genial compositor Alexandre Desplat, cuyas épicas partituras solo se oyen como prólogo y epílogo de la trama central. El cineasta polaco, además, observa todo desde el púlpito, desde su condición de burgués acaudalado de la que es imposible desprenderse. Ve el monstruo desde dentro y lo narra para un público dispuesto a sentirse identificado, una audiencia que tampoco es ajena a lo parodiado, y está preparada para entender las referencias pero seguir sumergida en su propia tragicomedia particular.

Un dios salvaje es inteligente e interesante, un análisis de personajes certero y astuto. No obstante, le falta algo para ser redonda, algo que dé más profundidad al drama, demasiado superficial en su concepción, y que no solo sea el retrato cómico y paródico de la historia y sus caracteres el que tenga espacio para brillar.


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