Drive, las apariencias engañan

Drive, las apariencias engañan

Escrito por: Eneko Ruiz    30 diciembre 2011     3 minutos

El director Nicolas Winding Refn es el estandarte de este thriller de acción muy contenido, referencial a la par que único.

The Artist ha demostrado que una película muda siguiendo las pautas de antaño todavía es posible en el siglo XXI, por mucho que les extrañe a algunos. Al otro lado del ring, sin tener la losa de la narración clásica, otra colección de aplaudidas producciones de este 2011 tampoco ha necesitado hablar demasiado para emocionar y enganchar. El Topo, Shame, Beginners y este Drive que nos ocupa pertenecen a este selecto y variado grupo. Hijo directo de la moderna generación del videoclip, el director Nicolas Winding Refn es capaz de decir mucho más con un plano, una canción y unas miradas de sus protagonistas, que con cualquier diálogo lucido o rimbombante.

Ryan Gosling toma el epicentro del relato para convertirse en un conductor cuya vida gira alrededor de los silenciosos y poco problemáticos autos, ya sea trabajando en un taller, haciendo sus pinitos como especialista de Hollywood o ayudando a llevar a cabo golpes criminales. Solitario y callado, su vida comienza a tener una razón de ser cuando comienza a verse con su vecina (Carey Mulligan), que carga a sus hombros con un hijo pequeño y un marido (Oscar Isaac) a punto de salir de la cárcel.

Winding no esconde estar influenciado por todo, desde el Western hasta los directores de su generación como Nolan y Tarantino, sin olvidarse del pulp, el ambiente noir y el sub-género caper (por aquello de echar mano a extranjerismos varios). Las piezas encajan: la brillante y distintiva banda sonora, el guion medido y controlado y la bellicista fotografía son claves en la narración de la historia. No obstante, Drive no es solo ese muy lucido envoltorio con el que nos hubiéramos conformado. La frialdad acogedora de su entramado de violencia in crescendo desata lo más profundo de los personajes y sus relaciones, diseñados a través de miradas cómplices, sonrisas y estrechamiento de manos.

Pese a que su carisma sirve esta vez también para conquistar a su presa y a la audiencia, Gosling vuelve a demostrarnos que es algo más que el nuevo guapo de Hollywood. Un personaje sin nombre que, como en las buenas películas de los Coen, se llena hasta el cuello de problemas sin quererlo ni beberlo. Un protagonista que, habitualmente, no necesita de una máscara para esconder su identidad al mundo y al espectador. Sin rumbo y sin pasado, el actor vuelve a demostrar que no le hacen falta prostéticos ni maquillajes para ser un camaleón, escondido detrás de sus innumerables personajes.

Solvente y necesario, el elenco secundario no se queda atrás. Carey Mulligan se muestra tan adorable y cálida como de costumbre, mientras que Ron Perlman, Isaac y Christina Hendricks cumplen con creces la función que se les otorga. Como actores de personajes por excelencia, Bryan Cranston brilla especialmente como una suerte de paternal Sancho Panza, y Albert Brooks (uno de los mejores cómicos de su generación) se aposenta en ese rol de villano (y poli bueno) muy agradecido al que no acostumbra a hacer frente.

En el culmen de la metatextualidad, el personaje de Brooks dice que solía producir películas, “eran sexys y violentas. La crítica las llamaba europeas, yo creo que eran una mierda”. Drive es americana en su fondo -casi un Western sobre ruedas; europea en sus formas y con unas muy sexys curvas bañadas por sangre y acción. Winding se deja influenciar por todo lo que ha visto durante su vida. Pero, no se equivoquen, esto no es un juego para buscar su referencia favorita. Aún así, y casi de manera paradójica, su obra – al igual que la icónica chaqueta de escorpión de Gosling- no tiene comparación y, además, es incomparable.


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