‘Eddie el Águila’ de Dexter Fletcher – Apagado reflejo del cine de superación

En las Olimpiadas de Invierno de 1988 Eddie Edwards se convirtió en el primer británico en representar a su país en la modalidad de salto de esquí. Más próximo a Éric Moussambani que a Michael Phelps, El Águila -como le bautizó la prensa inglesa- superó su marca personal (y la de su país, claro) en los saltos de 70 y 90 metros.
El director de Wild Bill (2011) y también actor Dexter Fletcher nos trae con Eddie el Águila una película de superación personal y sueños imposibles al uso, muy influenciada por las revisiones de hitos deportivos manufacturadas en Hollywood. Ya en cines.
Los postulados iniciales somnolientos presentan un niño con un sueño, una sociedad que le insta a abandonarlo y una madre estandarizada que no duda en darlo todo por el vástago. Sin intención de originalidad, lo artificioso del planteamiento crecerá hasta inundar el metraje de clichés facilones, una carrera de obstáculos para el espectador que araña bajo la superficie.
Hemos visto Eddie el Águila en multitud de ocasiones, solo que con nombres diversos. Lo cual no supone un hándicap mientras no nos engañemos sobre el contenido. El héroe apasionado que demostrará a todos que puede cumplir su sueño y ser feliz. Si dudamos sobre la intencionalidad de la película, una clamorosa banda sonora impregnada del éxito irreal de los sueños nos impele a tomar un pañuelo y enjugarnos las lagrimillas.
Taron Egerton se mimetiza con las poco comunes facciones del Michael Edwards de los años 80 y con sus expresiones, y construye a partir de ellas un personaje efectivo y atractivo que se rinde maltratado por la trama. El dúo que acapara todo el protagonismo se completa con un Hugh Jackman en horas bajas, quizá impelido a repetir una interpretación con peligrosa proximidad al rudo Lobezno en sus días buenos; el entrenador God bless America que usted tiene en mente, en efecto.
La debilidad de Eddie el Águila estriba en su incapacidad para sorprender una vez se ha degustado el tráiler. La lineal evolución de dos personajes que no llegan a conectar hasta el clímax triunfal final. El biopic de Simon Kelton y Sean Macaulay desciende a la categoría del entretenimiento efectista y olvidable, una soft movie sencilla lastrada por la aversión al riesgo visual de Dexter Fletcher.
Y sin embargo las virtudes de la cinta resisten el embate. El desconocido deporte del salto de esquí entra en las salas de cine de medio mundo y sortea la hegemonía del fútbol, el baloncesto o el rugby en el séptimo arte. Pienso en la realidad gris de miles de chavales hartos de escuchar que nunca irán más allá de la línea del horizonte. Los mensajes ‘buenistas’ de esfuerzo y recompensa -aunque Edwards obtuviese más de lo segundo que de lo primero- quizá no queden de más en un S. XXI azotado por la parálisis y la sumisión organizada.
Porque Michael El Águila Edwards nunca quiso ser el mejor. Su sueño fue participar en unos Juegos Olímpicos de Invierno, nunca obtener una medalla ni reconocimiento mayor que el auto-otorgado. Si a sabiendas de lo que hay Eddie el Águila le mantiene bajo la manta o alejado de las agujas del reloj durante hora y media, tal vez aspire al bronce. Tal vez.
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