‘Fuego en el mar’ – La tediosa rutina, el angustioso viaje

En los últimos 20 años 400.000 migrantes han llegado a las costas de la isla italiana de Lampedusa desde Libia o Túnez. En ese mismo período unas 15.000 personas han muerto ahogadas o hacinadas en embarcaciones precarias como poco. La estimación queda reflejada en Fuego en el mar, la película documental dirigida por Gianfranco Rosi.
Estrenada en España el pasado viernes 14 de octubre, se adentra en la vida de esta pequeña roca en el Mediterráneo más próxima a África que a Europa en términos geográficos. Y lo hace desde la ausencia de narración oral, con la imagen y la interacción de los protagonistas con su entorno inmediato como vía conductora.
En conjunto los 108 minutos de Fuego en el mar se centran en la cotidianidad de algunos habitantes de la isla con escenas que rozan lo costumbrista, un óleo de tradiciones dedicado. Intercala -con mayor asiduidad conforme encaramos la última media hora- escenas con rescates a embarcaciones a la deriva, sí, pero el grueso lo ocupan escenas neutras y hasta inocuas.
Un niño italiano amante del tirachinas y con problemas oculares, un recolector de erizos de mar, una anciana atareada en menesteres domésticos o un médico ocupado, preocupado y atravesado por el drama que se vive unas millas mar adentro desfilan ante la cámara. Éste último encarna mejor que ninguno la relación entre los habitantes de Lampedusa y las personas que llegan del cercano continente vecino.
Si por momentos atendemos a una relación de oficios y rutinas distantes, se intercalan imágenes sobre cómo los migrantes son examinados a su llegada, cómo son internados en centros de estancia temporal, sus condiciones higiénicas, sus entretenimientos conforme las horas pasan sin expectativas de cambio. La película acierta al subrayar las distintas visiones que del mar tienen diferentes personas en la isla: esperanza para unos, medio de vida para otros, mortal trampa en terceros y divertido desafío para el niño Samuel que hila con sus travesuras e incomprensiones el conjunto.
Fuego en el mar desarrolla su acción con lentos pasos, a través de algunos planos que no aportan demasiado. Se explaya sin limitaciones de tempo ni premura, lo que no atraerá a algunos espectadores. El resultado se muestra algo distante y quizá confuso.
Si bien hemos comentado que el final mejora el precedente en tanto apuesta por mayor peso a las labores de rescate, Gianfranco Rosi no se moja en el contenido; tras visualizar Fuego en el mar poco más sabemos sobre la situación en Lampedusa que al comienzo.
El autor escoge la timidez a la denuncia, huye de acusaciones sentimentalistas -bien-, así como de implicaciones políticas, y tan solo asoma la patita en visiones sociales -no tan bien-. La notable fotografía se pone al servicio de un bodegón de vidas separadas del problema migratorio que se respira en el edificio de al lado, un puzzle en que quien observa debe imaginar con mayor o menor tino las piezas perdidas.
Más cercana a la realidad recreada que al documental al uso, la obra de Rosi flaquea al encarar la paradoja de lo habitual de la situación de emergencia y destaca cuando escupe grabaciones duras pero mil veces repetidas en Lampedusa, y muchas menos emitidas en televisiones occidentales: los cuerpos inertes mecidos en bodegas mugrientas, las heridas cubriendo cuerpos deshidratados.
Ganadora del Oso de Oro a Mejor Película en el Festival cinematográfico de Berlín nos llega un intento experimental con Fuego en el mar de admirable temática pero insuficiencias evidentes ante la gravedad de los sucesos que a diario se viven en las costas italianas.
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