Increíble pero Falso, Gervais a medio gas

Ricky Gervais nos tiene muy mal acostumbrados, y eso no siempre es bueno. Después de crear dos enormes joyas de la televisión moderna como The Office y Extras, que han conseguido salir desde Reino Unido para convertirse en fenómenos mundiales e influenciar gran parte de la comedia que se ha hecho después, el nacido en Reading no ha parado, y nadie se ha quejado por ello. No obstante, su llegada a Hollywood sólo muestra a un Gervais a medio gas, sumergido en un convencionalismo aburrido que no se atreve con el humor sarcástico y dañino por el que se ha hecho famoso en televisión y sobre el escenario como stand-up.
The Invention of Lying llega a España con interminables meses de retraso y un horrible título como el de Increíble, pero Falso, que explica malamente su argumento sacado directamente de lo que podría ser un episodio de La Dimensión Desconocida. En un mundo donde nadie puede ni sabe mentir, un fracasado escritor – de películas que son simples charlas sin ninguna ficción de por medio, claro- descubre el poder para hacerlo sacando beneficios, lo que le lleva a un cúmulo de situaciones que le acercan al éxito, la seducción (que al final, por supuesto, es el más puro amor predestinado) y la religión. Con una ambientación de comedia clásica, al estilo de la mucho más divertida y encantadora Ghost Town (en España también traducida con rabia como Me ha Caído el Muerto), la cinta no logra ahondar en el concepto, convertido por momentos en una serie de gags y con mucho de comedia romántica en su interior.
Al contrario que en todos sus anteriores proyectos, donde era acompañado por el genial Stephen Merchant (quien se reserva un gracioso cameo aquí), Gervais se une esta vez en la dirección y en el guión por el debutante Matthew Robinson, responsable del primer libreto y una idea que cautivaría a su socio. Sin embargo, y aunque el guión refleje a veces la sombra de Gervais con diálogos y situaciones de vergüenza ajena dignas de su sello, no da todo lo que debería, quedándose enclaustrada en la ternura, sentimentalismos y en contentar al público general, perfeccionando el mundo a través de las palabras del protagonista y llegando a convertirse en un mesías que lo abandona todo por amor. En ocasiones, el comentador social, el sátiro infalible y dañino que lleva dentro parece querer salir, pero al final el argumento del último cuarto de película se queda en una simple parodia de lo que es la iglesia, que tampoco llega a nunca a predicar más allá de un apunte sobre las mentiras de la religión. Otro interesante concepto tabú al que se le podía haber sacado mucho jugo, pero que ni siquiera llega a tocar la incorrección.
Dirigida como una obra conservadora, sin altibajos en la estructura y dejando notar lo principiantes que son, la historia no logra calar en los momentos cómicos, salvo en honrosas excepciones, pero tampoco en los momentos dramáticos, y el final de la película queda a medio cocer entre las dos tierras, sin querer apoderarse de una pero sin rechazar a la otra. Pese a que no lo parezca, Gervais ha demostrado en sus series que también sabe escribir e interpretar drama (sus personajes siempre son lo último en la escala del patetismo y la dramatis personae), pero esta vez no lo explota, como bien lo demuestra la forzada muerte de su madre. Y sin un buen libreto, y unos buenos diálogos delante, Gervais parece convertirse en un actor no tan soberbio, ni compungido. Apoyándose de nuevo en un personaje similar a los que le han dado la fama – los grandes humoristas siempre tienen un personaje principal poco moldeable pero que les funciona a las mil maravilla, Groucho Marx, Woody Allen, Jim Carrey…- esta vez, sin un guión dañino y real, su fracaso se transforma en algo poco interesante, poco odiado y poco cercano, más bien en algo que nos da igual.
Si no fuera por la sosez de la trama, su trabajo es correcto, como lo es el de los estereotípicos Jennifer Garner, Louis C.K. y Rob Lowe (uno de los mejores puntos de la película, si me permiten), pero no saca todo el potencial por el que es conocido, e incluso la relación amorosa queda en ocasiones forzada. Los cameos de Jonah Hill, Edward Norton, Jason Bateman, Christopher Guest, Tina Fey, Philip Seymour Hofman o Jeffrey Tambor se quedan cortos en muchas ocasiones, y aunque a veces puedan sacarnos una sonrisa por ver a un actor concreto hacer algo poco habitual en su carrera, nos distraen de la historia principal y pueden parecer metidos con calzador. Siendo todos fans del director, acordaron firmar en la película únicamente para trabajar con él, pero al final la experiencia no ha resultado tan estimulante como para los soberbios invitados de Extras.
Si hubiera sido otro probablemente hubiéramos quedado satisfechos por las cualidades de la cinta, que las tiene puesto que es suficientemente entretenida como para poder pasar una hora y media de tu tiempo ocioso, pero estando Gervais detrás no podemos conformarnos ya que sabemos que es capaz de más. Se ha olvidado su bilis en casa para crear otra tópica historia de amor con mensaje y moralina que tan a menudo vemos en Hollywood, y eso lo podría haber hecho cualquiera, sin necesidad de volar desde las islas británicas o fichar uno de los mejores repartos cómicos en tiempo.
Seguiremos confiando en usted señor Gervais, pero no deje que el monstruo se lo devore porque no será ni el primer ni el último gran humorista inglés hundido por la comercialidad y el chico busca a chica (y comieron perdices) del que tan aburridos estamos.
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