La Bella y la Bestia, hechizados pero no encantados

En esta época de remakes, nuevas versiones, reboot, etc. llega a nuestras pantallas una versión muy personal del cuento, con todo lo malo y lo bueno que esto tiene.
1810. Tras el naufragio de sus navíos, un mercader arruinado debe exiliarse al campo con sus seis hijos. Entre ellos se encuentra Bella, la más joven de sus hijas, alegre, guapa y llena de encanto. Tras un viaje agotador, el Mercader descubre el dominio mágico de la Bestia (Vincent Cassel), que le condena a muerte por haberle robado una rosa.
Sintiéndose responsable de la terrible suerte que amenaza a su familia, Bella decide sacrificarse en lugar de su padre. En el castillo de la Bestia no sólo le espera la muerte, sino una extraña vida donde se mezclan los momentos de magia, alegría y tristeza…
Como vemos, muchos son los cambios que el director, Christophe Gans, ha realizado: «La bella y la bestia habla, entre otras cosas, del poder de los sueños y del amor y de cómo utilizarlos para vencer al materialismo y la corrupción, unos temas que siguen estando a la orden del día en la actualidad» afirma su principal responsable.
Bella tiene familia (por su culpa se verá abocada a vivir con el monstruo). El malvado es un simple ladrón de taberna, interpretado fríamente por Eduardo Noriega, que no da la talla como enemigo mortal, ni siquiera al estar acompañado de un grupo de sicarios. Vemos retazos de la vida pasada del príncipe encantado, donde Vincent Cassel brilla mucho más que la Bestia o que la Bella, una Léa Seydoux guapa, dulce, casi etérea… pero a la que no terminamos de creernos.
Y es que las elipses temporales (sobre todo nocturnas) no ayudan a que entendamos por qué, en tan solo tres días, Bella se enamore de la Bestia (ni de nadie, en realidad), no ha pasado el tiempo suficiente como para conocerle (a pesar de ve fragmentos del pasado de la Bestia.
La película transcurre en dos épocas: el grueso de la historia se desarrolla durante el Primer Imperio francés. La estética de la película se inspira en las obras pictóricas de la época. A la vez, La Bella y la Bestia transcurre tres siglos antes, cuando la Bestia aún era un príncipe.
No es sólo en el argumento donde veremos cambios. Estéticamente es muy poderosa, como nos tiene acostumbrados Gans (recordemos la visualmente espectacular «El pacto de los lobos» que dirigiera en el año 2001). Grandes decorados, aumentados digitalmente, con claras reminiscencias mitológicas, llenarán nuestros ojos con una plasticidad y belleza que, sin embargo, no son suficientes para salvar un guión frío e impersonal.
Una película entretenida, correcta, muy vistosa, pero completamente olvidable. Nos hechizará su imaginería, pero ni sus actores, ni su historia no conseguirán encantarnos.
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