
Abel, tierna fábula y prometedora ópera prima
Una de las citas más famosas de Alfred Hitchcock clama aquello de “nunca trabajes con animales, niños o con Charles Laughton”, haciéndose eco de las complicaciones que conlleva el intentar controlar en los rodajes estos factores incontrolables, y que luego además entregaran en pantalla todo lo que pedía su director. Por eso el debú detrás de las cámaras de Diego Luna, quien coloca a un infante como principal fuerza y motor principal de su relato, es, si cabe, más notable, más valiente. Abel nos coloca en la mirada de un niño autista (o con alguna otra enfermedad psicológica que no se llega a revelar, y que tampoco tiene más importancia) que al salir del hospital encuentra que su padre ya no aparece en el dibujo de la casa de su disfuncional familia, razón por la cual decide tomar su figura en el organigrama y así crear un método de escape a su enfermedad.