
Globos de Oro 2012, el estado de la carrera: De cómo Weinstein se hizo rey y The Artist puso el grito (mudo) en el cielo
"Los Globos de Oro son para los Oscars lo que Kim Kardashian es para Kate Middleton". Esa es la certera descripción que hizo el anfitrión Ricky Gervais en uno de los pocos momentos divertidos de la ceremonia de los Globos de Oro, celebrada ayer en Los Ángeles. Después de años eligiendo candidatos inesperados y opciones extrañas, y con una denuncia por sobornos todavía en curso, la gran fiesta de Hollywood -en un tiempo conocida como la ante-sala de los Oscars- ha perdido la credibilidad de antaño. En los últimos tiempos parecen más preocupados por colocar estrellas (mojan las bragas por Clooney, Elton John o Madonna) en su palmarés que por premiar a la calidad. Todo con el simple objetivo de que que los actores se emborrachen de congratulación y amiguismo (y no solo de alcohol), pasando una noche de fiesta mucho menos encorsetada que la de los Oscars. Por eso uno de los grandes focos de atención de su sexagésimo-novena gala era el regreso de su presentador, el infant terrible británico, que el año pasado sorprendió a propios extraños con su humor destructivo. Esta vez, sin embargo, el cómico no pudo alcanzar las grandes expectativas, por culpa de un trabajo descafeinado, sin mojarse ni ofender ante su poderosa audiencia. Por momentos casi daba la impresión de que estaba secuestrado entre bambalinas.