Las vidas de Grace, vidas duras y maravillosas

Grace trabaja como supervisora en un centro de acogida para adolescentes en situación de vulnerabilidad. Cuando ingresa en el centro Jayden, una chica inteligente y rebelde, Grace descubre que no puede seguir dando la espalda a los problemas propios que arrastra desde su propia infancia, que están afectando tanto a la relación con su pareja como a su vida laboral.
De una forma natural, rodada con crudeza y ternura al mismo tiempo, Destin Daniel Cretton nos trae una bella película sobre problemas reales y cercanos de los que normalmente no leemos nada en los periódicos: menores con problemas de integración social por diferentes motivos como hogares rotos, pobreza, abusos…
Las vidas de Grace nos muestra las dificultades y habilidades de un grupo de encargados de cuidar y orientar a unos cuantos de estos jóvenes problemáticos. Veremos su rutina diaria que consiste en calmar rabietas, registrar las habitaciones para que no se auto lesionen, etc.
Llegan a este centro dos nuevas personas: un voluntario lleno de buenas intenciones que se verá superado desde el primer día (y que es un alter ego del director en el que vuelca sus propias experiencias) y una nueva adolescente, Jayden, cuya conducta autodestructiva desde la muerte de su madre ha hecho que vaya a la deriva por varios de estos centros. Grace se sentirá inmediatamente identificada con ella ya que ella también pasó por un gran trauma cuando tenía su edad.
De hecho, este es uno de los temas que trata Las vidas de Grace, el ser capaces de pasar página y seguir adelante. Veremos que Grace, maravillosamente interpretada por Brie Larson, es una persona fuerte y compleja pero con un gran lado vulnerable debido sobre todo a algo ocurrido en su pasado y que no ha sido capaz de superar, como descubrimos (los espectadores y su novio) cuando descubre que está embarazada.
Es Brie Larson, sin duda, quien lleva la película desde el primer momento. Esta actriz realiza un trabajo magnífico mostrándonos cómo puede aguantar alguien estar entre tanto dolor diariamente, ayudando a todos esos menores sin ser arrastrada a la más absoluta desilusión. A través de ella, y de Jayden que será en parte su factor desencadenante, veremos las dos caras de los abusos, mostrándonos que no es tan fácil superarlos, perdurando en el interior muchos años, y la relación que existe entre abusado y abusador.
Los distintos adolescentes que viven en este centro social hacen un trabajo magistral, sobre todo Keith Stanfield como Marcus, que está a punto de cumplir los 18 años y debe dejar el centro… sin un lugar al que ir. El rap que compone es a la vez desgarrador y enternecedor, Como su supervisor Mason, nos quedamos sin palabras ante el dolor que expresa y lo que es peor, el auto conocimiento de ese dolor y de las casi nulas oportunidades que sabe que le esperan a la salida del nido.
Agradecemos al director ciertos toques de humor y optimismo que esconden ligeramente el profundo dolor de la historia. Por mucho que se suavice, no podemos dejar de lado el sufrimiento y los traumas de los personajes. Incluso al final cuando, en una especie de epílogo, nos cuentan el bonito final de uno de ellos, la realidad se les aparece de nuevo (aunque con cierto toque de humor) recordándoles (y recordándonos) que el trabajo sigue, que son muchos los que no han conseguido superar sus traumas. Lo bueno es que Cretton nos deja con la esperanza de que siempre habrá gente maravillosa como estos supervisores, dispuestos a ayudar hasta el final. De ahí su narración circular, que nos deja claro que no existe una solución sencilla, si no mucho trabajo diario y perseverancia.
En resumen, una maravillosa y tierna historia con la que todos conectaremos, llena de sensibilidad y realidad. Totalmente recomendable.
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